Caceres- España

Las calles sin niños
El nuevo urbanismo salvaje que afecta a toda España hace que también en Cáceres las calles pierdan su papel como lugares de juego

CRISTINA NÚÑEZ/CÁCERES

Sólo hay que hacer un barrido visual por las calles de la ciudad, por los bosques de asfalto y hormigón, para darse cuenta de que los niños juegan menos. O juegan solos, en sus habitaciones y a la luz cegadora de una pantalla de ordenador. Los espacios de juegos públicos han quedado limitados a pequeñas islas como la del Paseo de Cánovas, bonitos columpios alta tecnología, sin salientes ni óxido y con suelos blandos antichichones. Reductos casi claustrofóbicos, limitados, por lo general, a los nuevos barrios de la ciudad. En zonas céntricas como la Parte Antigua es imposible encontrar un parque infantil en muchos metros a la redonda. Y, desde luego, muy pocos niños transitan sus vacías placetuelas. El aspecto de pueblo de esta zona se queda solo en la configuración de sus calles y en sus casas bajas.

El geógrafo urbano Adolfo Chautón, de la Universidad de Extremadura, analiza para este diario esta situación, que está cambiando la cara y modificando el concepto de ciudad compacta o ciudad mediterránea, tranformándolo en la «ciudad difusa» y pragmática de origen anglosajón.

Calles para vivir

Nuestro modelo tradicional está basado en la multifuncionalidad de los núcleos urbanos -lo que permite caminar por ella y vivirla, no solo sentirla como trayecto- pero que está en crisis desde hace veinte años.

Chautón asegura que «Cáceres no es una ciudad especial dentro del contexto del urbanismo nacional, ya que con sus propias características está sufriendo el mismo proceso de 'tsunami' urbanizador que de manera generalizada está azotando a toda España». Lo preocupante, asegura, es que ciudades del tamaño de Cáceres pierdan uno de sus principales elementos de calidad de vida, la escala humana.

¿Qué está sucediendo? Es un fenómeno con muchas aristas, no sólo urbanísticas, sino sociológicas y económicas. Dice Chautón que la ciudad actual «responde con cierto grado de satisfacción a nuestras demandas y necesidades económico-empresariales: compras, ventas, gestiones, transacciones». Esta bien, asegura este autor, que la ciudad sea capaz de cubrir esas necesidades, pero sin dejar de lado la convivencia con otro tipo de funciones de tipo social, cultural y educativo. Es decir, hay que satisfacer las necesidades del «mayor número posible de ciudadanos y de las demandas surgidas de sus diversas idiosincrasias: cuidado, encuentro, juego, encuentro, paseo, intercambio o contemplación», y no solo centrarse en ese cariz económico o residencial.

Democracia y urbanismo

Chautón establece un claro paralelismo entre democracia y urbanismo. Históricamente han sido las clases poderosas -reyes o burguesía industrial del siglo XIX- las que han proyectado y diseñado las ciudades. Asegura que «existe un déficit de participación de la ciudadanía en su configuración, en parte por dejadez y en parte porque tampoco se fomenta, dejando que se imponga única y rotundamente la «comercialización» de la misma, el negocio inmobiliario, que huye de la planificación y prioriza claramente el modelo difuso, puesto que el gran montante del negocio está asentado sobre el consumo a discreción del suelo».

De esta manera, dice este experto, se genera un monólogo absoluto del coche que acaba por expulsar a otros usos y actividades compatibles con el mismo y que en última instancia llega a generar partes de la ciudad con espacios exclusivamente accesibles a través del automóvil particular, con la segregación que eso supone.

Negocios y vida se contraponen, y eso lo sufren los colectivos más débiles, especialmente los niños y los ancianos, «precisamente porque carecen de poder de influencia y porque su presencia en el espacio público no genera ninguna actividad económica», y prosigue este investigador asegurando que «los niños están siendo expulsados de las calles, por varios motivos, no exclusivamente por el uso que les damos a la ciudad, pero sí es un factor que influye decisivamente, especialmente porque está muy vinculado con algunos de los factores decisivos para que la calle haya dejado de ser ese lugar seguro a donde nuestros hijos pueden ir a jugar».

Estudios

Actualmente existen muchos trabajos que tratan específicamente el lugar que se le ha asignado a los niños en la ciudad, entre los que destacan los del investigador Francesco Tonucci, como 'La ciudad de los niños', en el que trata de reivindicar el espacio público para el ciudadano, de manera que el niño pueda volver a jugar en la calle. Existe un proyecto denominado 'Ciudades amigas', que pretende crear un ámbito más habitable. En él están involucrados Unicef, el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales y la Federación de Municipios y Provincias. La idea, es devolver a la infancia un espacio que, por derechos, siempre fue suyo.

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